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Leyendas : Supersticiones y creencias populares santiagueñas. “Leyendas y cuentos fantásticos ,mitos fabulosos , arcaísmos que son el tesoro de su literatura popular, están en todos los labios, como la oración cristiana que musitan en quichua. Este mundo conceptual, ético y estético ,esta siempre revestido de formas solemnes que recuerdan la dignidad y el decoro coloniales, donde todo era juicioso y ordenado como el enjambre en el colmenar”.
En Santiago del Estero la leyenda del Cacuy es la mas popular. Pero antes haremos un paralelismo con otra muy similar: la del Urutaú.
La leyenda correntina dicen tiempos remotos una bellísima joven se enamoró de un joven forastero, quien, luego de obtenidos su favores le dijo que era el dios Cuarajhi (el sol en guaraní) y que debía regresar al cielo. La noche se aproximaba y él debía partir. Ella para poder seguir viéndolo se subió al árbol más alto, y desde allí, mientras lloraba la desdicha de perderlo, se transformó en pájaro.
Leyenda del Cacuy
Dicen que en el monte vivían dos hermanos. Pero mientras el se desvivía por atenderla y hacerla feliz, ella totalmente indiferente, parecía gozar haciendo daño a su hermano. A veces , hosca y huraña, lo privaba hasta del placer de su compañía. Un día ,cuando el volvía cansado y sediento del monte, ella derramó el último bote de miel que tenían. Harto de soportarla, la invitó al monte, a buscar un nuevo panal que había encontrado. Ella (inexplicablemente) aceptó. Al llegar a un árbol muy alto, él le dijo que debía taparse la cabeza, pues había peligro si las abejas andaban cerca. Ella sumisa y embozada, comenzó el ascenso antes que su hermano. Cuando llego alo más alto del árbol, él, simulando que ascendía, fue bajando mientras desgajaba totalmente el tronco. Cuando pasó el tiempo y ella, quitándose la manta, se dio cuenta de la trampa en que había caído, comenzó a llamar a su hermano;¡Turay!
Al verlo que se alejaba le gritó :¡Cacuy ...Turay! (detente párate hermano).Pero él no regresó. Y mientras la noche envolvía al monte con su manto de negrura, ella se convirtió en pájaro que gime, llamando aún a su hermano.
Podemos preguntarnos: ¿y si el hermano –tan bueno y generoso- requería los amores de su hermana? ¿Y si precisamente, para evitar dárselos, ella se revestía de hosquedad y le daba motivos para odiarla?. La hermana pudo tener presente el tabú sexual que la sangre común le imponía, y no sentir como castigo el convertirse en pájaro, sino mas bien una liberación .
Pero los paisanos, la gente común no hacen estas especulaciones. Profundamente religiosa la gente ve el castigo a la maldad de la hermana, y la leyenda sirve como un examen de conciencia a sus relaciones fraternales. Menos prosaicas son las supersticiones que hay en torno al pajarito que lleva su nombre. Como toda ave de origen mágico, su canto anuncia lluvia y es señal de disputa entre hermanos. También lleva en sí cualidades esotéricas: si canta en el techo de la casa, preanuncia muerte.
Tanto en la leyenda del Cacuy como en la del Urutaú, hay una alegoría mítica: la mujer abandonada que llora el alejamiento de su compañero. El ave- mujer que con su gemido lastimero purgará eternamente una culpa moral: el Urutaú, la liviandad con que aceptó los amores de un desconocido; el Cacuy , la perversidad de la hermana.
Leyenda del Crespín
Cuentan que un día, estando el marido sumamente enfermo, doña Crespina salió en busca de remedio. En el pueblo, luego de comprarlo y mientras volvía al rancho, unos parientes la invitaron a una fiesta. Para evitar hacer un desprecio, ella accedió, pero con la intención de quedarse poco tiempo. Entusiasmada en el alboroto del jolgorio, olvido la noción de las horas. Alguien le avisó que su marido estaba muy grave, y ella pidió que le hicieran llegar el remedio que tenía consigo. Excitada por el barullo y la música continuó danzando. Mientras lo hacia llegó otro mensajero y le dijo que su marido se estaba muriendo y la llamaba a su lado. Pero indiferente a la urgencia del momento, ella continuo divirtiéndose , suponiendo que llegaría a tiempo. Hasta que llego alguien, vestido de luto, para darle el pésame, pues su marido ya había muerto, e invitarla a regresar a su casa :
-Hay tiempo para llorar- había dicho doña Crespina, y siguió bailando.
La inapelable sentencia divina la condenó por ello a que eternamente llorara el nombre de su esposo, convirtiéndola en un pájaro nocturno. Por eso, todas las noches, un gemido quejumbroso expía esa culpa llamando a su hombre: ¡Crespín! ¡Crespín!
Como vemos, la mayoría de estas narraciones populares tiene una finalidad aleccionadora. Hay entre líneas un manifiesto mensaje moral- religioso. Porque el Ser Supremo castiga a los culpables, convirtiéndolos en feos pájaros nocturnos, que perturban el ánimo de sus ocasionales oyentes con su silbos lúgubres o su fea aparición, como es el caso del Yanarca o “ataja caminos”. Al igual que el Crespín, ella corporiza también el arrepentimiento eterno, en lo que recuerda lo que le paso al gaucho que no supo escuchar la voz de Dios. La yanarca – de patas largas y de ojos grandes-vuela bajito, al ras del suelo, mientras aparece y desaparece de la huella, acompañando al caminante.
Pero así como Dios castiga la maldad también premia las virtudes. Y si al culpable lo condena a las sombras de la noche, a los otros le brinda la luz de la mañana. Si a los malos les elige oscuras plumas y plañideros silbos, a los buenos les regala vistosos colores y dulce canto. Tal es el caso de la Calandria , leyenda que es un ejemplo para las madres desnaturalizadas.
Leyendas negras
El mal y su personificación suprema, el Diablo, también son protagonistas de muchas historias y supersticiones populares.
El diablo santiagueño es Súpay, que puede adoptar diversas formas o aspectos: desde el Duende Sombrerudo de las siestas infantiles, al joven bello y rico de las jóvenes casaderas, pasando por el famoso “huaira múñoj”, turbulento remolino del Malo.
Su hábitat natural es el monte, y allí se encuentra su mas pavorosa corporización: el Toro-Súpay. La imaginación santiagueña lo ve como un toro negro, de grandes fauces salvajes, gruesos dientes y ojos que estallan en mil chispas de fuego. La mayoría de la gente no lo ha visto, pero en la quietud de la noche sin luna, dicen haber oído el resonar vibrante de sus pezuñas y el bufido tenebroso de sus fauces sedientas de sangre.
Es creencia popular que el Toro Supáy anda cuando ha pactado con algún campesino del lugar. El desdichado llevado por la avaricia, accede a darle su alma y su cuerpo, a cambio de nutrida hacienda y pródigas cosechas. Este secreto se evidencia a voces a la muerte del avaro: no solo desaparece su cuerpo de la sepultura, sino también toda su hacienda mal habida.
Las abuelas de las niñas casaderas nunca dejan de recordarles los males que el Súpay les puede acarrear: Les cuentan que hace mucho tiempo , un joven y enamorado matrimonio vivía en el monte. Era tan tierna y dulce la esposa como trabajador y afectuoso su hombre. Un día, al ver Súpay la belleza de la mujer, la deseo para sí. Entonces transformado en un hermoso mancebo tocado de ricas vestimentas, costoso apero y bello caballo negro, hasta ella. La donosa al ver tan hermosa aparición quedó prendada de su belleza. Súpay le dio una cita: esa misma noche una ave nocturna la guiaría hacía él. La pobre mujer, embelesada ante la perspectiva de estar entre sus brazos, acudió presta. Antes de partir Súpay le dijo que irían aun lugar donde sólo hallarían placer, pero que antes debía dejar sus bellos ojos en una ollita mágica. No debía preocuparse - le dijo-, al volver lo hallaría más negros y brillantes. Y así, con la cuenca de los ojos totalmente vacía, ella lo siguió.
A la mitad de la noche el marido despertó y al no encontrarla salió a buscarla al monte. Andando , andando encontró la ollita mágica, y en ella los ojos que tanto amaba. Seguro ya de la habían muerto fue hasta su casa, para esperar el día y salir en busca del malhechor.
Antes del amanecer regresó Súpay con la mujer, pero al no encontrar los ojos de la bella, huyó cobardemente. La muchacha, ciega como estaba, anduvo a tientas por el bosque hasta que los primeros rayos del sol le dieron muerte. U nos obrajeros que iban a trabajar encontraron su cuerpo.
El marido, triste y dolorido, no tuvo paz sino hasta su muerte, pues al llegar el día y mirar los ojos, de quien había amado tanto, pudo ver el frenesí de locura y placer al que se había prestado quien fuera dueña de su alma.
Nadie se salva del Súpay, ni siquiera los niños. A los changuitos que no quieren dormir la siesta y prefieren salir a hondiar o a cazar pajaritos, el Duende los espanta y les pega con su mano de plomo. Algunos lo llaman Ckaparilo (en quichua, gritón), pues imita perfectamente a todos los animales silvestres, aunque no se lo pueda ver.
El Duende o Petiso suele ser muy “chinitero”.Le gusta merodear a las jóvenes, obsequiándoles dulces a cambio de sus favores.
Leyenda de la Salamanca
Súpay y sus adeptos viven en la Salamanca. Esta es una cueva que esta en la espesura del monte , allí donde se pierde la orientación y el monte parece igual en todos los sentidos. Tiene una entrada secreta, semioculta entre las breñas, guardada por feroces animales.
Hemos podido recoger dos versiones de la Salamanca: una que suponemos es de origen hispano-aborigen, y otra que podríamos llamar oriental, que las cuenta Alberto Gerchunoff en su obra “Fábulas del antiguo Tucumán”. La primera dice: que a la cueva de la Salamanca van quienes quieren hacer un pacto con el Diablo. Pero Súpay solo acepta a los mas fuertes y corajudos, y es por eso que les impone a los iniciados una serie de pruebas. En ellas probarán su apostasía (deben escupir a Cristo y cachetear a la Virgen), su coraje (no deberán sentir miedo mientras dure la iniciación) y su habilidad y destreza física. Si el aprendiz de brujo logra superar todas estas pruebas, recién podrá conocer los secretos de la magia negra y por ende tendrá poder y riqueza.
En la Salamanca se vive un eterno jolgorio .Las brujas y brujos se regodean allí en lujurioso frenesí. Allí se canta, se baila, se encuentra toda clase de placer, allí donde no hay que temerle a víboras, arañas, ni sapos, y donde hay un constante sonar de música.
En ella se da la eterna lucha por lograr su finalidad, aún cuando pueda perecer en el camino. Llegar al centro del laberinto tiene su premio: la sabiduría y el poder eterno. Pero el camino no es fácil, está plagado de acechanzas. Y ese centro mítico tiene dos versiones: puede ser la Salamanca, donde lo esperará el Diablo, o puede ser el Paraíso, morada celeste de Dios.
Leyenda del almamula
Esta es una superstición muy arraigada, no solo en el campo sino en la misma ciudad capital de Santiago del Estero.
Dice que el almamula es una mujer que vive en pecado: una mujer que tiene como amante a su padre, o a su hermano o a su hijo, es decir a alguien de su propia sangre. Una mujer que se revela ante la ley de Dios, pues no siente vergüenza ni pudor alguno de sus amores.
Ante tamaña herejía el Señor la condena en vida a que vague por las noches, convertida en mula, buscando quien la redima. Porque aún siendo almamula puede salvarse, si encuentra un hombre corajudo que le haga frente y le corte un pedazo de oreja, o le haga cualquier incisión de la que brote sangre. La sangre del almamula y la voluntad de reincidir en el pecado, pueden salvar a la mujer y a su alma.
El ciclo del almamula tiene dos etapas: si el pecado es reciente, puede salvarse. Pero si ya pasó mucho tiempo y nadie la hirió, lamentablemente se pierde.
Es creencia popular que el almamula sale los martes y jueves, especialmente cuando hay viento del sur o cambio de tiempo y siempre después de las 12 de la noche. En su primera etapa es como un burrito pequeño, que a veces suele venir alado “en la punta del viento”. El almamula grita .Y ese grito eriza la piel y pone miedo en el alma de quien escucha, pues su grito resume la desesperación y la locura. Quien desea salvarla debe preparar un cuchillo y esperarla (cuchillo porque es de acero , y además tiene cruz entre el cabo y la hoja). Dicen que ella sabe cuando alguien la espera para herirla, y grita aún mas fuerte para atemorizar a su salvador, y a la vez poner a prueba su valentía. Si el hombre no muestra signos de miedo y se le acerca resuelto, ella baja la cabecita y se queda quieta para que la corten: es como un ritual, se necesita que derrame sangre para lograr su purificación, su absolución.
En cambio el almamula vieja es mala, agresiva y goza haciendo daño. Una característica que la distingue de la anterior es que echa fuego por la boca, y que de ella penden gruesas cadenas que va arrastrando. Además su parte trasera es hueca. Dicen en el campo que su instinto animal se manifiesta ante las majadas: ataca a los indefensos corderos y los mata, comiéndole únicamente las vísceras.
Al almamula condenada no se la puede redimir. Si alguien la hiere, aunque sea levemente, la mujer enferma y muere, sin que la ciencia pueda salvarla.
Leyenda de la “Telesita la llamaban, y era la danza hecha carne...”
La ternura popular la apodó Telesita, aunque no faltó quienes le dieran nombre y apellido para certificar su existencia.
Cuenta la leyenda que vivía en la espesura del monte, del cual salía al escuchar los acordes melodiosos de la música. Sola, descalza y desgreñada llegaba y se ponía a bailar. Bailaba sola, embriagada en el delirio de la danza. Al amanecer partía siempre sola, rumbo a su monte familiar.
En una fiesta no apareció. Los paisanos extrañados salieron en su búsqueda. Sólo encontraron su cuerpecito calcinado por las por las llamas.
Murió joven, casi una. Y desde ese día los paisanos la recordaban en todas sus fiestas. La recordaban de la manera que a ella le gustaba: bailando y cantando, disfrutando de la vida. ¡Quién sabe cómo nació su culto...!
Tal vez por casualidad, tal vez fue el destino, pero el pedido se cumplió.
Y poco a poco el baile fue tomando su nombre. Y había más gente que pedía. Que pedía lluvia, que pedía encontrar un animalito perdido, pedía por su salud deteriorada, pedía todo en el fragor del baile. Del baile mágico, porque tiene un toque cabalístico, ya que el promesante debe bailar siete chacareras y tomar él y su compañera, después de cada vuelta, una copa de vino o licor, que si llegara a sobrar los únicos que pueden beberla son los músicos.
Finalizado el baile se quema un muñeco de paja que la representa, y que durante toda la fiesta está colgado en el alero del rancho, con una cortinita blanca detrás. Y aquí nuevamente están presentes los símbolos: el blanco de su pureza y virginidad; el fuego: su martirio, su purificación y a la vez el elemento que la deificó en la creencia .
Otras creencias paganas
Son aquellas, que están arraigadas en la memoria de la gente no solo del campo, sino también de aquellos de la ciudad.
Cuentan que había una vez un cieguito bueno, apodado “Carballito”, a quien con viles engaños, unos forasteros lo extraviaron del camino y le dieron muerte.
Hasta allí la narración no pasaría de una crónica policial. Pero la mística popular, crédula y pura le da un final distinto: cierto caminante, agotado por la sed en un día de verano, vio un hilillo de agua pura atravesar casi el camino. Adentrándose unos pasos en el monte, para buscar la fuente, descubrió el cadáver de “Carballito”. Habían pasado varios días desde su homicidio, pero como en el milagro de Berceo el muerto tenía “lengua fresca, como una manzana”.
En ese mismo lugar le dieron sepultura, y a su cruz de madera llegaron las oraciones y “santiguas” de los ocasionales viajantes. Y según dicen, también los milagros...
Al igual que Carballito, otro que tuvo una muerte violenta es El Linyerita. Su cruz está al norte de la principal avenida de nuestra ciudad. Quizás su historia vulgar, pero con su final trágico y al no tener parientes (como en el caso de la Telesita ), la comunidad los enterró y a su cruz fue a pedir “gracias” o favores y a encenderles velas.
Habrá sido la fatalidad o la providencia, lo cierto es que muchos de esos favores fueron “concedidos”, y allí comenzó a gestarse una especie de canonización no eclesiástica, sino popular.
Lo cierto es que están allí, y como dice la canción, “siempre han de tener una velita prendida”
Incluso aquí mismo, en la ciudad camino al cementerio, una cruz de madera rodeada de incontables velitas, ropa usada, y heterogéneos objetos llevados para cumplir “la promesa”,testifican su vigencia.
Cabe destacar un hecho acaecido el año 1987 en la provincia , y mantuvo en vilo a la población: un par de niños se extravío en el monte. El padre, amigos y policías lograron dar con el paradero de uno de ellos. Múltiples conjeturas se tejieron en torno a este hecho.
En una nota de El Liberal, anta la angustia y desazón que tal circunstancia producía, un lugareño estimó que al otro niño jamás lo encontrarían: “se lo ha llevado la Madre del Monte – dijo -, enojada por que el padre había casado más de lo que necesitaba ...”
Son hechos sociológicos digno de mención, porque como vemos, nuestra gente, en las dolorosas angustias, propias de nuestra condición humana, vuelve a las fantasías, a las ficciones, en cuyos términos da sentido a la vida. Sondea en lo profundo en lo misterios ancestrales que encierran sus leyendas y sus mitos. Y a veces, ellas lo alivian de la ansiedad de no saber bien quién es.
Fuente: Amalia Beatriz Domínguez
Suplemento Aniversario 90 Años El Liberal 1988
Con la colaboracion de: Maria Soledad Sanchez Cantos.
Fuente:
Diccionario de Mitos y Leyendas - Equipo NAyA
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sábado, 24 de octubre de 2009
viernes, 16 de octubre de 2009
Etno II: Carnaval de Oruro
¿Querés ver todo sobre el Carnaval de Oruro? Clickeá acá: http://www.carnavaldeoruroacfo.com/
Etno II: Tundiqui, saya y negros : Los Caporales
Esta info fue tomada de http://www.boliviacontact.com/es/sugerencia/carnaval/caporales.php
Estamos en el tiempo nuevo del Pachakuti: del eterno retorno. De la vuelta a los orígenes del mundo mítico, que se lo conjura cada vez que se realiza la fiesta. Es un retorno a los orígenes de la humanidad, donde cohabitan la naturaleza, el cielo y la tierra; el alaxpacha y Manqhapacha (arriba y abajo).
Parte de este tiempo nuevo es el caos, la falta de reconocimiento de las cosas y su entorno. Esto es lo que pasa con una cultura trasladada a Los Andes como es la cultura negra o afroyungueña.
Ella es fuente de las danzas del Tundiqui o Negritos, de los cuales nació la danza de los caporales. Sin embargo, no se debe confundir lo que es la Saya de los negros, con los Tundiquis o Negritos de aymaras y mestizos, con los Caporales de los sectores urbanos y clase media.
Los Afroyungueños
Eran extranjeros y no tenían residencia fija, pero el Divino Infinito, pader de los desposeídos y humildes les ofreció en herencia los Yungas, para compartirlo con aymaras y mestizos. Las poblaciones de Coroico, Mururata, Chicaloma, Calacala-Coscoma, Irupana son ahora enclaves de producción cultural afroyungueña. Su vestimenta original fue cubriendose de ropajes aymaras.
Desde su desgarramiento social tuvieron que luchar fuertemente contra la agresión colonial y el marginamiento. Por esta razón sus prácticas culturales fueron perdiéndose, incluidas sus fiestas, idioma, sentido espiritual, formas de matrimonio, etc. Pero la resistencia se dio en el reducto de la danza y la música. Y una de estas danzas es la saya, junto al candombé.
La Saya
La danza y la música de la saya son la expresión más original que ellos mantinen de sus orígenes culturales: es su síntesis cultural. Tal vez por eso nadie puede interpretarla, sino los propios afroyungueños.
Los instrumentos musicales que acompañan a la saya han sido reconstruidos o reinterpretados: Bombo mayor, sobre bombo, requinto, sobre requinto, y gangingo, como acompañamiento está la coancha.
El ritmo y la forma de interpretar es muy particular, el comienzo de cada ritmo de saya es marcado por el cascabel del capataz o caporal que guía a la danza de la saya.
El atuendo es sencillo. Las mujeres visten como las "warmis" aymaras: una blusa de colores vivos adornada con cintas. La pollera vistosa, la manta en la mano y un sombrero Borsalino. Los hombres llevan un sombrero, camisa de fiesta, una faja aymara en la cintura, pantalón de bayeta y sandalias.
La tropa tiene como guía al caporal o capataz con un chicote o fuete en la mano, un panalón decorado y cascabeles en los pies: representa la jerarquía y el orden, no es el perverso y mandamás como entre los negros.
El papel de la mujer en la danza es tan importante como en la comunidad. Entre ellas hay la mujer guía que ordena los cantos en la saya y dirige al grupo de mujeres.
Los hombres tocan simultáneamente el bombo y uno de ellos rasga la coancha (req'e). Las mujeres cantan y danzan, moviendo las caderas, los hombros y agitando las manos, en contrapunteo o un diálogo con los hombres.
La coreografía no se parece en nada al ritmo de los caporales. Los que confunden estos ritmos lamentablemente nunca han visto ni oído la danza y música de la saya. No hay matices ni semejanzas, la saya es la saya, el caporal es el caporal.
El Tundiqui o Negritos
Cuando en principio los negros compartieron el territorio, la cultura y el tiempo históricos con los aymaras, ambos desconocidos se reconocieron como parte de trabajo explotado.
Pero fue la lucha por la libertad la que unió a los desposeídos. Al mismo tiempo, la historia y la geografía se encargaron de posibilitar un diálogo entre culturas.
El aymara, hombre libre desde sus orígenes, siempre admiró a los negros por su paciencia y rebeldía. Los aymaras, excelentes anfitriones, reconocieron en el negro a un hermano de lucha por la libertada. Como muestra tenemos a la leyenda del Sambo Salvito, quien tenía entre sus amigos a muchos indígenas aymaras de Yungas.
Estamos en el tiempo nuevo del Pachakuti: del eterno retorno. De la vuelta a los orígenes del mundo mítico, que se lo conjura cada vez que se realiza la fiesta. Es un retorno a los orígenes de la humanidad, donde cohabitan la naturaleza, el cielo y la tierra; el alaxpacha y Manqhapacha (arriba y abajo).
Parte de este tiempo nuevo es el caos, la falta de reconocimiento de las cosas y su entorno. Esto es lo que pasa con una cultura trasladada a Los Andes como es la cultura negra o afroyungueña.
Ella es fuente de las danzas del Tundiqui o Negritos, de los cuales nació la danza de los caporales. Sin embargo, no se debe confundir lo que es la Saya de los negros, con los Tundiquis o Negritos de aymaras y mestizos, con los Caporales de los sectores urbanos y clase media.
Los Afroyungueños
Eran extranjeros y no tenían residencia fija, pero el Divino Infinito, pader de los desposeídos y humildes les ofreció en herencia los Yungas, para compartirlo con aymaras y mestizos. Las poblaciones de Coroico, Mururata, Chicaloma, Calacala-Coscoma, Irupana son ahora enclaves de producción cultural afroyungueña. Su vestimenta original fue cubriendose de ropajes aymaras.
Desde su desgarramiento social tuvieron que luchar fuertemente contra la agresión colonial y el marginamiento. Por esta razón sus prácticas culturales fueron perdiéndose, incluidas sus fiestas, idioma, sentido espiritual, formas de matrimonio, etc. Pero la resistencia se dio en el reducto de la danza y la música. Y una de estas danzas es la saya, junto al candombé.
La Saya
La danza y la música de la saya son la expresión más original que ellos mantinen de sus orígenes culturales: es su síntesis cultural. Tal vez por eso nadie puede interpretarla, sino los propios afroyungueños.
Los instrumentos musicales que acompañan a la saya han sido reconstruidos o reinterpretados: Bombo mayor, sobre bombo, requinto, sobre requinto, y gangingo, como acompañamiento está la coancha.
El ritmo y la forma de interpretar es muy particular, el comienzo de cada ritmo de saya es marcado por el cascabel del capataz o caporal que guía a la danza de la saya.
El atuendo es sencillo. Las mujeres visten como las "warmis" aymaras: una blusa de colores vivos adornada con cintas. La pollera vistosa, la manta en la mano y un sombrero Borsalino. Los hombres llevan un sombrero, camisa de fiesta, una faja aymara en la cintura, pantalón de bayeta y sandalias.
La tropa tiene como guía al caporal o capataz con un chicote o fuete en la mano, un panalón decorado y cascabeles en los pies: representa la jerarquía y el orden, no es el perverso y mandamás como entre los negros.
El papel de la mujer en la danza es tan importante como en la comunidad. Entre ellas hay la mujer guía que ordena los cantos en la saya y dirige al grupo de mujeres.
Los hombres tocan simultáneamente el bombo y uno de ellos rasga la coancha (req'e). Las mujeres cantan y danzan, moviendo las caderas, los hombros y agitando las manos, en contrapunteo o un diálogo con los hombres.
La coreografía no se parece en nada al ritmo de los caporales. Los que confunden estos ritmos lamentablemente nunca han visto ni oído la danza y música de la saya. No hay matices ni semejanzas, la saya es la saya, el caporal es el caporal.
El Tundiqui o Negritos
Cuando en principio los negros compartieron el territorio, la cultura y el tiempo históricos con los aymaras, ambos desconocidos se reconocieron como parte de trabajo explotado.
Pero fue la lucha por la libertad la que unió a los desposeídos. Al mismo tiempo, la historia y la geografía se encargaron de posibilitar un diálogo entre culturas.
El aymara, hombre libre desde sus orígenes, siempre admiró a los negros por su paciencia y rebeldía. Los aymaras, excelentes anfitriones, reconocieron en el negro a un hermano de lucha por la libertada. Como muestra tenemos a la leyenda del Sambo Salvito, quien tenía entre sus amigos a muchos indígenas aymaras de Yungas.
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